Layla golpeó los barrotes rítmicamente, pensativa. Se había escapado de situaciones y lugares peores que ese, pero esta vez no se le ocurría absolutamente nada. En la celda contigua escuchaba a su compañera de viaje Helena tirar piedras contra la pared.
¿Que cómo habían llegado hasta ahí?
Bueno, todo había comenzado un par de días antes, cuando Helena se batió en duelo con un desconocido que resultó ser el hijo de un noble de la ciudad vecina. Layla disparó una flecha en la nuca del susodicho justo antes de que éste asestase el golpe final a la guerrera... y tras intentar evitar la justicia por todos los medios posibles, las habían capturado.
-Con un poco de suerte, Pheebo y Argaith harán algo útil- suspiró Layla.
-¿De verdad lo crees?- replicó Helena, mucho más realista.
-Eh... quizá...-el silencio de la guerrera susituyó a su mirada gélida habitual.- Bueno, vale, no.
---
Fuera, Argaith, el druida elfo, y Pheebo, el mago gnomo, intentaban pensar en algo.
-Lo único que se me ocurre es disfrazarte de alguien a quien vayan a dejar entrar. Es un hechizo de ilusión sencillo, aunque no dura mucho tiempo...- Argaith se encogió de hombros.
-Si no podemos hacer otra cosa, bien. Pero me llevo a tu cuervo- el gnomo sonrió, irónico.
-Tú mismo.
Poco después, el clérigo jefe del templo de Obad-hai se dirigía a la entrada de prisión. O algo así. El problema llegó cuando abrió la boca.
-¡Hola! ¿Cómo va todo? ¿Las guardias bien? Bueno, dejadme entrar que tengo que charlar con las prisioneras- los nervios traicionaron a Argaith de forma vil, haciendo que un tropel de palabras poco apropiadas con un tono erróneo saliesen de su boca. Los dos guardias empezaron a cachearle enseguida. El cuervo salió volando como alma que lleva el diablo.
-Ouch.
En cuestión de segundos diez o doce hombres armados rodeaban al pobre druida.
-Bueno, tienes treinta segundos para explicarnos qué intentabas.
-Eeeh... eeeeeeh... Quería entrar para... ¡matar con mis propias manos a las prisioneras!-exclamó. Unos segundos más tarde, escupió al suelo para darle más realismo a su declaración de intenciones. Los guardias estallaron en carcajadas a su alrededor.
-Anda... pfft... paga la multa y vete... jua, jua... son 100 piezas de oro.
Argaith pagó la multa y marchó de ahí cabizbajo. Entre los arbustos, Pheebo se retorcía de la risa. El cuervo le había comunicado todo lo sucedido. Argaith se giró cruzado de brazos, enfurruñado. En ese momento, una suave brisa le acarició el rostro. Pudo ver cómo la puerta de la prisión se abría y se cerraba en apenas un segundo sin que los guardias lo notasen.
----
Llevo un mes sin actualizar, ¡qué rápido pasa el tiempo! xD. En fin, este relatillo es la versión relatada de un fragmento de la última partida de rol que jugamos. Continuará mañana. O dentro de un par de días. O tres.
Saludos :)
viernes, 10 de septiembre de 2010
La Gran Evasión (parte I)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 exploradores comentan...:
Oh, bueno, pero la segunda parte es mejor xDDD
Publicar un comentario