jueves, 22 de enero de 2009

Secreto a voces

Qué sentido tiene ocultar la verdad
cuando la mirada no puede mentir.
Cómo podría atreverme a negar
la sonrisa que aflora en mi boca.
Si es tu compañía la que provoca
toda esa alegría casi infantil.
Si es por tus ojos y tu voz rota
que no te dejaría nunca ir.

Y qué si te echo en falta cada noche,
cuando sólo la Luna abraza mi piel.
Y qué si esto es un secreto a voces,
si hasta las hojas susurran tu nombre.
Pobre de mí, niña triste y torpe,
que dibujaba sueños en un papel.
Que pensaba que el amor era noble,
que pensaba que podría con él.

Que ahora tiene la mente ofuscada,
que no deja de pensar en lo mismo.
Que se cae, se daña y se mata,
se levanta y vuelve a matarse.
Niña tonta y suicida, kamikaze,
siempre escogiendo ese mismo abismo,
solo desea que el tiempo pase,
y que su amor caiga en el olvido.

jueves, 8 de enero de 2009

De vuelta al frente...

Un precioso amanecer tiñe de tonos violetas a las nubes, que contrastan con el verde oscuro de los árboles serranos. En otras circunstancias, lo habría disfrutado, pero el gigantesco edificio naranja que se alza frente a mí estorba. Son las ocho y veinticinco de la mañana en un aciago ocho de Enero, y estoy a punto de recomenzar esa tortura optativa a la que llamamos Bachillerato.

Para más inri, la primera clase del día es Economía. La densidad de la materia en sí junto con la forma de dar clase del profesor suelen provocar en mí una somnolencia inevitable. El maestro comienza su clase, haciéndonos notar la hermosa salida del sol. Las grandes mentes piensan igual. Luego empieza a hablar de crisis y mazapanes, y ahí pierdo completamente el hilo. Me adhiero a la clase cuando dice algo acerca de las personas. ¿Se referirá a nosotros? Un breve vistazo a las caras de pan adormiladas de todos me hace suponer que no. Lo que está en el aula, incluyéndome a mi, no se que será, pero no son personas. Despertarte a las siete y media cuando llevas tres semanas levantándote a las once, doce o después te quita toda la humanidad que puedas poseer.

La siguiente clase, gracias al cielo, es Ampliación de Inglés. Para los que ya no estén en Bachillerato, o aún no lo hayan alcanzado, es una nueva optativa que se han sacado de la manga. Teniendo en cuenta que lo que hacemos básicamente es hablar -en inglés, pero hablar al fin y al cabo- no es tan mala. Unas cuantas risas me hacen despoertarme ya del todo, y mientras escribo estas líneas, el profesor explica lo que vamos a hacer. Nos va a poner una película y tendremos que escoger una escena y representarla. A veces me da la impresión de que estoy en teatro y no en inglés. La película es Gattaca, con lo que se nos pone a hablar de genética, códigos morales y demás. En inglés, por supuesto. Mientras tanto no deja de mirarme fijamente, cosa que me pone muy nerviosa. Y no, no son paranoias mías, principalmente porque me ha aislado del resto de la clase -tal vez hable demasiado- y no hay nadie más a quien mirar. Entre eso, y que minutos antes nos ha dado una circular que nuestros padres tienen que firmar para que él pueda grabarnos vídeos, la cosa se pone bastante intrigante... por decir algo.

Llega la hora de Historia. Atiendo lo justo para escuchar algo sobre un trabajo optativo que subirá nota, y tras decidir que voy a hacerlo (aunque del dicho al hecho hay un trecho) me evado del mundo y hago como que presto anteción. Antes de que me de cuenta, quedan cinco minutos para el recreo y no tengo ni idea del tema de la lección. Tal vez debería intentar escuchar al profesor, pero es el primer día y yo nunca he sido una persona centrada. Los bolcheviques tendrán que esperar a otro día.

Por fin, el recreo. Comentamos un poco nuestras actividades navideñas, en su mayoría poco ortodoxas, y la conversación deriva a diversos temas escabrosos acerca de tamaños y dolores primerizos. La ley de Murphy actúa, y me doy cuenta de que el profesor de Religión se encontraba detrás de mí mientras yo, ajena a él, gritaba algo sobre esclavos sexuales.

La siguiente hora es Lengua, y la profesora llega tarde... para variar. Llevamos en un trimestre tres profesores diferentes, a cada cual peor. Estamos veinte minutos sin ningún tipo de control, y a Chorchi no se le ocurre mejor cosa que echar un pulso de fuego, a lo que evidentemente me niego... por lo menos así constato que entre mis muchos problemas mentales no se encuentra la piromanía. La profesora llega, y entre las distracciones constantes de Chorchi y que la buena mujer habla al cuello de la camisa, una vez más no me entero de nada. Así ir al instituto da gusto.

Matemáticas y ecuaciones logarítmicas. A que no adivináis a qué me dediqué... exacto. A de todo menos a los logaritmos. Inicio una interesante charla con la amiga que se sienta a mi lado. El tema a tratar esta vez es "Hombres y sus comportamientos". Concretamente, nuestros hombres y sus comportamientos. A mitad de la clase nos ponemos filosóficas y así seguimos hasta que toca el timbre. La profesora, aunque estamos en primera fila, no se molesta en decirnos nada, a sabiendas de que no necesito ver la pizarra para entender lo que estamos dando.

Última hora, Ciencias. Me las ingenio para escribir esto y continuar la charla filosófica mientras tomo apuntes, demostrando que las mujeres podemos hacer varias cosas al tiempo. Esta clase sí me interesa e incluso disfruto escuchando al profesor... Aunque tal vez es que para la una y diez de la tarde ya estoy lo suficientemente despierta como para que mi mente no se vaya por su cuenta. El susodicho parece sacado de un cómic de Mortadelo y Filemón. Es como el profesor Bacterio, pero sin barba. Escuchar el origen de la vida explicado por él es bastante divertido. Y finalmente, el Glorioso Timbre de la Libertad suena. Son las dos, y nos podemos ir a casa.

Qué bien sienta llegar al hogar tras un duro día de trabajo sin descanso...

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Sé que he tardado mucho en hacer la primera actualización del año, pero las musas me habían abandonado. No las culpo, ellas también tenían derecho a vacaciones...