lunes, 17 de octubre de 2011

Siento interrumpir los Consejos para Escribir, pero he tenido un comienzo de semana... curioso. Hay quien diría malo, pero a mí no me lo parece tanto, ha sido entretenido. Evidentemente si hubiese tenido otro desenlace habría sido malo, pero... en fin, que ahora os lo cuento.

Todo ha empezado con dos decisiones que he tomado, variando así mi rutina habitual. Primero, me he sentado en el segundo sitio y no el tercero como suelo en el autobús. Segundo, no he sacado el libro que estoy leyendo y me he limitado a mirar al horizonte mientras escuchaba música.
Esto ha provocado que estuviese mirando al lugar indicado en el momento indicado, y pillase al conductor de autobús bebiendo de una misteriosa botella envuelta en una bolsa. Y me pusiese a rezar por que fuera café.

Al principio no ha sido para tanto. Incluso he tenido que aguantar la risa un rato, ya que otro pasajero había visto lo mismo que yo y se revolvía inquieto en el asiento con un paquete de galletas María en la mano. Sí, lo sé, yo también empecé a sospechar en este punto que a lo mejor era un sueño lúcido, pero no.

En cualquier caso, y por si acaso, me quedé vigilando al conductor. Bostezaba, se frotaba los ojos. Nada muy terrible a las ocho de la mañana. Hasta que empezó a CABECEAR. Con un ojo aún puesto en un retrovisor, miré a mi compañero de penurias A.K.A. Señor Galletas a partir de ahora, que estaba mordiendo el cable de los auriculares de puro nerviosismo.
Para colmo, esta mañana había atasco, y el viaje no parecía terminar nunca. Creo que fue en este punto cuando me empecé a preocupar. Incluso intenté ponerme el cinturón, pero por supuesto no funcionaba. Mientras tanto el conductor hinchaba los carrillos y se inclinaba hacia adelante, como si estuviese teniendo arcadas.
El atasco ya mencionado y la lentitud que esto conllevaba tranquilizó al Señor Galletas, o eso parecía. Cambió las galletas por el móvil, y yo me pregunté si estaría llamando a sus seres queridos para despedirse. No, no, yo no lo hice. Me contenté con enviar un mensaje a uno de ellos.

Mi desbocada mente ya elucubraba qué decir a los del 112, qué hacer si el conductor se dormía o si terminábamos por chocaros, y mi mp3, solidario él y puesto en aleatorio, se obstinaba en ponerme una y otra vez “Contra el Viento”. Creo que el conductor se dio cuenta que el Señor Galletas y yo le mirábamos, porque nos lanzaba miradas vidriosas reflejadas en el espejo.

Por fin llegamos a nuestro destino. Me sentí tentada de preguntar qué había realmente en la botella de la bolsa, pero llegaba tarde. Y un “jje pashha, como eshtás” del conductor dedicado a uno de sus compañeros cuasi-confirmó mis sospechas. El señor Galletas se apresuró a bajar del autobús, no sé si por prisa o por miedo, y yo, con una sonrisita en la cara a caballo entre el alivio y la hilaridad, no fui tan rápida.

Todavía es lunes, y si empezamos así, me pregunto qué será del resto de mi semana. ¡Adrenalina y diversión a mogollón!

Os dejo con la canción que mi mp3 repetía, que es muy bonita :___c

2 exploradores comentan...:

Tomás dijo...

O.O

...

Vale, has conseguido que odie a una persona que no conozco. Bueno, no, en realidad lo ha conseguido él solo ¿cómo puede alguien poner en peligro las vidas de tantas personas por algo tan egoísta como ir a trabajar bebido? (o beber mientras trabaja, que viene a ser peor). Vale, quizá yo también esté siendo un poco egoísta, porque las vidas de todos los demás, el pobre hombre de las galletas María incluido, me resultan un poco indiferentes. La cuestión es cómo se atreve ese hombre (por llamarlo de algún modo) a poner en peligro TU vida.

Cierto mensaje que tengo en el móvil me resulta ahora bastante más siniestro que cuando me despertó esta mañana. Si cuando vuelvas a casa ves al mismo conductor, por favor, coge el siguiente autobús. O mejor aún, ve en tren.

Te quiero.

Art. dijo...

Al menos era una buena canción. Qué mal royo, tú!