domingo, 21 de marzo de 2010

Duermevela.

Miras distraída el paisaje, que pasa a toda velocidad por la ventanilla del tren. Llevas los auriculares puestos. Suena música conocida, pero no le prestas demasiada atención. Una irremediable somnoliencia empieza a invadirte y a embotar tus sentidos. Bostezas y tu alrededor empieza a fundirse en negro.

En ese extraño punto entre la vigilia y el sueño al que solemos llamar duermevela, una figura aparece junto a tí. Es él. Una sonrisa se va perfilando en tus labios, casi le puedes sentir rodeándote con el brazo, como hasta hace apenas una hora. Todavía puedes olerle. Levantas la mano para acariciar su mejilla y entreabres los labios, esperando a que se incline para darte un beso.

Cuando tu mano sólo roza el aire, abres los ojos. No está, pero durante unos segundos ha sido tan real como el resto de cosas que te rodean. Miras un momento al asiento vacío de al lado con tristeza. Vuelves a cerrar los ojos. Quizá esta vez quieras entregar tu alma a las notas de la dulce lira de Orfeo. Quizá esta vez eres más feliz así.

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