lunes, 19 de noviembre de 2012

Delirio.

A veces la tierra parece más sólida bajo los pies. A veces la quemadura del licor es más intensa en la garganta. A veces el concepto más mundano nos ataca de improviso, nos fascina y captura e intentamos cogerlo con las manos pero se nos escurre entre los dedos, fugaz

  y las palabras no sirven e intentamos vomitarlo todo sobre una hoja en blanco, aporreando el teclado y siendo dolorosamente conscientes de que no importa cómo lo hagamos porque las ideas en nuestra cabeza siempre son más elocuentes.

Todo suena mejor dentro de la cabeza. Cuando podemos entender lo que nos quiere decir. A veces hay una voz que canta o una mano que pinta o un olor que no existe o el sonido de los tambores y no alcanzamos a ver el significado.

A veces es una palabra. Y la gente en el metro mira a la chica que se muerde frenéticamente las uñas, con la mirada perdida en el infinito como si estuviera terriblemente preocupada cuando sólo está dejando su mente libre, trabajando desbocada. O a lo mejor no la miran porque realmente nadie se preocupa de lo que esté más allá de sus narices. Puede que se pregunten si está loca (lo está) y si eso les va a repercutir de algún modo. En cuanto puede escribir, la chica deja caer sus pensamientos como una cascada para un público que tal vez no exista o quizá se pregunte qué diablos ocurre. Ella sólo quiere entender, o liberarse. Aunque le preocupa porque a lo peor es su imaginación riéndose de ella (ja-jodido-ja) y una vez que deje todo salir ya no habrá nada.

 Al final lo escribe. Se siente un poco mejor. Menos frenética.

 ...

  vAcíOooOo...

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