lunes, 29 de noviembre de 2010

La primera nevada del curso.

Hoy ha nevado por primera vez en mi pueblo, este curso. Por algún motivo, me hace feliz. Ya se nota que me gusta la nieve, ya. Pero no sé, es que creo que no tengo ningún mal recuerdo relacionado con la nieve.

Me trae recuerdos de cuando era pequeña y bajaba con mis padres al parque a hacer muñecos de nieve. Y nos tirábamos bolas. Y le colaba trocitos de nieve a mi padre por el cuello (sí, cabrona lo he sido siempre).
También de las veces que no podía ir al colegio porque las carreteras estaban fatal y me quedaba en casita con un chocolate caliente.
De cuando sí podía ir al colegio y nos peleábamos. Es gracioso pensar en que en cuanto uno gritaba ¡NIEVE! todos pasábamos de la clase y nos apelotonábamos junto a la ventana.

Me recuerda también a un cierto siete de enero. A los días venideros. Esas son las imágenes más felices. Magneto y rayos.

Definitivamente, la nieve me hace feliz.

...y la lluvia, y el sol, y el viento... creo que lo único que no me gustan son los días nublados. Demasiado grises.



Y no, la canción no tiene nada que ver :)

lunes, 22 de noviembre de 2010

GRANDES PATADAS A LA MÚSICA (Segunda Edición)

Bueno, en esta segunda edición la cosa va a cambiar un poco: En este caso, la patada es la original y la buena es la cover.

Esta es la original, "Don't stop the Music", de Rihanna:



Esta es la cover, de Jamie Cullum:



Sorprendente, ¿verdad?

domingo, 21 de noviembre de 2010

El Fablistanón.

Borgotaba. Los viscoleantes toves,
rijando en la solea, tadralaban...
Misébiles estaban los borgoves
y algo momios los verdos bratchilbaban.

¡Cuidado, hijo, con el Fablistanón!
¡Con sus dientes y garras, muerde, apresa!
¡Cuidado con el pájaro Sonsón
y rehúye al frumioso Magnapresa!

Blandiendo su montante vorpalino
al monstro largo tiempo persiguió...
Bajo el árbol Tamtam luego se vino
y un rato cavilando se quedó.

Y estando en su aviesmal cavilación,
llegó el Fablistanón, ojo flagrante,
tufando por el bosque fofuscón,
y se acercó veloz y burbujante.

¡Un, dos! De parte a parte le atraviesa
varias veces el vorpalino acero...
Y, muerto el monstro, izando la cabeza,
regresó galofando, muy ligero.

¿De verdad al Fablistanón has muerto?
¡Ven, que te abrace, niño radioroso!
¡Hurra, hurra, que día ristolerto!
risotó carcajante y jubiloso.

Borgotaba. Los viscoleantes toves,
rijando en la solea, tadralaban...
Misébiles estaban los borgoves
y algo momios los verdos bratchilbaban.


jueves, 18 de noviembre de 2010

Una pequeña curiosidad

Bueno, a falta de buenas ideas, voy a poner una de las mayores tonterías que leeréis en este blog:

¿A que no sabíais que el Tetris se llama Tetris porque todas las piezas tienen cuatro cuadraditos?

Y bueno, como otra curiosidad sobre el juego, la cancioncilla original es un remix de una canción popular rusa.

Not much more to tell. Prometo que pronto escribiré algo decente, xD. Saludos :)

martes, 9 de noviembre de 2010

Red Book.

La pequeña no entendía por qué su padre de repente se comportaba de un modo tan extraño. Él, que antaño había sido un hombre jovial, amable, que disfrutaba con las pequeñas cosas, se había vuelto callado, taciturno, introvertido. Ya apenas jugaba con ella, y cuando lo hacía se mostraba desganado. Lo único que hacía era sentarse en el enorme butacón de la sala y leer, leer y leer, leer un libro rojo que a la niña se le antojaba gigantesco.

Cuando la niña creció, olvidó el libro por completo. Años antes de que cumpliese la mayoría de edad, su padre les había abandonado, y con él, el libro rojo había desaparecido. Quizá el recuerdo descansaba en algun punto de su subconsciente.

***

El chillido alertó a los vecinos. Entraron por la puerta que había quedado entreabierta en tropel. La escena no era agradable. Un joven estaba arrodillado en el suelo, mirando hacia arriba, sin decir una palabra. Estaba en shock. Frente a él estaba la que debía ser su novia, vecina a la que casi todos conocían al menos de vista. Tenía los ojos muy abiertos y un hilo de saliva cayéndole por la comisura. Pendía de una soga atada alrededor de su cuello.

En medio del desorden del apartamento, nadie se fijó en un libro rojo que descansaba en el suelo, cerrado.

***

Una chica de unos veinte años caminaba a paso ligero por la calle, escuchando música de su mp3. Paseaba segura, adentrándose en el intrincado laberinto de callejuelas que se había propuesto conocer de memoria.
Finalmente, encontró algo que ni sabía que buscaba. Una librería pequeñísima, escondida en un lugar recóndito como si el dueño no quisiese que nadie pudiese llegar a ella. Abrió la puerta. Le llegó el olor a libro viejo, a secretos antiquísimos, a misterio. Cómo adoraba ese olor.
El dependiente era un anciano de esos que parece que han vivido mil años porque son los que les pesan en la mirada. Observó a la muchacha con aire de sorpresa; era evidente que no estaba acostumbrado a las visitas. Ella no se dio cuenta, pero en el rostro del anciano se reflejó, durante un brevísimo instante, el miedo.
La joven saludó al dependiente con una sonrisa y se adentró en los pasillos de la librería, que era mucho más grande de lo que parecía a primera vista. Ojeó bastantes libros, pero ninguno llegó a captar su atención. Hasta que lo encontró.
Parecía fuera de lugar, era demasiado nuevo, demasiado limpio, demasiado llamativo. No tenía título, portada o contraportada, lo único que había era un forro rojo recubriendo las tapas y el lomo. La chica acarició el libro, pensativa. Sí, ese sería el que iba a comprar.

-¿Cuánto es?- preguntó, poniendo el libro en el mostrador. El miedo volvió a los ojos del anciano, esta vez para quedarse.
-No, niña, este ejemplar no está a la venta.
-¿Por qué? Estaba entre los demás libros.
-Habrá sido un error. Trae, dámelo.

Los reflejos juveniles de la chica fueron más rápidos que las manos arrugadas del anciano.

-Al menos, déjeme ojearlo, aunque sea un segundo, ahora tengo curiosidad-la joven comenzó a abrirlo, y el anciano lo cerró, en un alarde de velocidad y agilidad inverosímiles.
-No quieres leer ese libro, créeme. Yo lo hice, y fue el peor error de mi vida- parecía una broma, pero la voz del anciano no mentía.
-...¿qué es lo que hay escrito?-preguntó ella, vacilante.
-¿Que qué es lo que hay?- el anciano rió, y su risa sonó desgastada y vacía, carente de sentido.-Lo que hay, niña, es la verdad.



No, la canción no está relacionada. Simplemente llevo con ella todo el día en la cabeza.
Por cierto, ¿os habéis dado cuenta de que tenemos un verbo para el acto de decir mentiras, pero no uno para el acto de decir la verdad?